domingo, 27 de septiembre de 2009

ABBA

Cada año ABBA vende más de dos millones de discos, sus canciones son coreadas por distintas generaciones y forman parte del soundtrack de buenas películas nostálgicas como Las aventuras de Priscilla, reina del desierto (Stephan Elliot, 1994), sobre dos drag queens y una transexual que se dedican a la comedia musical, y La boda de Muriel (P.J. Hogan, 1994), la historia de una chica gorda y poco agraciada obsesionada tanto con el matrimonio como con las canciones de ABBA —ambas cintas australianas, por cierto.

El éxito del cuarteto sueco comenzó en 1974 con el triunfo de “Waterloo” en el Eurovision Song Contest, en Brighton, Inglaterra. A esa enérgica pieza que comparaba la derrota de Napoleón ante las tropas inglesas en la campiña belga con una dulce rendición amorosa siguieron decenas de melodías con extraordinarios arreglos instrumentales, orquestales y vocales de aparente simplicidad, además de complejas técnicas de grabación en varias pistas. Las entradas a los conciertos en el Reino Unido, Japón y Australia se agotaban para ver y escuchar a un par de músicos virtuosos y bonachones más bien feos, y a dos deslumbrantes mujeres —una rubia, la otra morena— de voces tersas y perfectamente acopladas, ataviadas con vistosas capas, overoles, minifaldas y botas que remedaban la indumentaria plástico-espacial de Los Supersónicos. La producción musical de ABBA incluía algunas baladas con títulos en español como “Fernando”, una historia de amor con una nostálgica referencia a la Revolución mexicana (“¿Te acuerdas aún de aquella noche fatal cuando cruzamos el río Grande?”), “Hasta mañana” o “Chiquitita” (la canción que José María Córdoba Montoya, el superasesor de Carlos Salinas, le canturreaba a su amante Marcela Bodenstedt). Apenas 111 canciones grabadas en total que competían en ventas con las más de 200 grabadas por Los Beatles en los años sesenta y por los primeros lugares con las de otras superestrellas del pop anglosajón de la siguiente década.

Después del estreno en Broadway de la comedia musical Mamma mia, en la revista salon.com se desató una encendida polémica por el artículo “Knowing me, knowing ABBA”, de Mary Elizabeth Williams. (La discusión en general mantuvo un buen nivel y destacaban por su ausencia los insultos y las descalificaciones, tan comunes acá en los caldeados foros virtuales de revistas y diarios). Williams afirma que la música de ABBA es una mezcla de canto espiritual, romanticismo y franca sexualidad —escandinavos, finalmente. No por nada, dice, Madonna usa en “Hung up” la figura en el sintetizador de “Gimme! Gimme! Gimme!”, que es, a su vez, una imperiosa demanda de satisfacción sexual. Entre los comentarios al texto de Williams un lector deja muy en claro que en el universo del rock-pop anglosajón se encuentran de un lado grupos como Los Beatles, The Who, Led Zeppelin o King Crimson —es decir, la vanguardia, la experimentación y la evolución—, y del otro lado Los Bee Gees, ABBA, Michael Jackson y Madonna —o sea, la más pura esencia del pop: entretenimiento de calidad. Una clara división que por desgracia no existe en México, donde se venera a productos insufribles como Maná, Ely Guerra, Julieta Venegas o Belanova, entre otras ñoñerías. No sólo Elvis Costello se declaró fan de ABBA —www.elviscostello.info—, también Kurt Cobain, así que no tengo empacho en admitir que ese cuarteto sueco es el mejor grupo pop de la historia.


Rogelio Villarreal

Milenio Semanal "Otra parte"

http://semanal.milenio.com/node/1249

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